LA PRIMAVERA (nuevo cuento breve)

LA PRIMAVERA

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Aquel ángel querido se llamaba Lunar y venía de una precioso pueblo de México, San Cristóbal Ecatepec de Morelos, nombre que en náhuatl significa «cerro del viento», en honor a Quetzalcoatl. San Cristóbal Ecatepec de Morelos tenía en su centro una zona colonial y, en el alrededor, una comarca de construcción más moderna con tiendas y casas típicas mexicanas.
Al principio Lunar se demostró muy tímido y temoroso con la bella Tula. Poco a poco el chico reconoció en ella una tierna y dulce madre. Tula le llevó consigo a la residencia de Hermanas Superiores donde las monjas carmelitanas le acogieron con sonrisas y cariñosas palabras. A las ocho empezaban las clases de disciplina y hasta las once no podían ni salir ni hacer recreo. Las aulas eran oscuras pero muy grandes y las paredes, coloradas de azul claro, conferían un aire de sosiego y de alegría a los chicos.
Después de su primer encuentro, todo cambió: Lunar se convirtió en un chico educado, parsimonioso y generoso con todos. Si al principio no quería hablar con sus compañeros, ahora era más locuaz, le gustaba contar chismes y se divertía jugando con ellos en el patio, fuera del colegio.
Al llegar la primavera, las flores empezaban a germinar en los jardines y los rayos de sol entraban en las casas iluminando las habitaciones. Era mayo y Lunar estaba sentado frente a su escritorio cuando un pajarito se puso en el umbral batiendo las alas como para pedirle ayuda. De repente se levantó y el animal despegó rapidamente. En la calle notό un carro, un señor vendía fruta y verdura. Todo en la ciudad había vuelto a la tranquilidad de antes.

Lunar se puso a leer con el libro abierto en la página 10:
“Me recuerdo que en el salón de los espejos me vino a visitar la diosa del mar y me decía dulces palabras, me aliviaba y me abrazaba. Tenía una larga melena, ojos azules y un cuerpo intangible, me conducía hacia lugares lejanos y desconocidos, saltaba y bailaba a ritmo de música indígena. Cuando llegamos a orillas del mar, aparecieron tres sirenas hermosas y con una cola de pez que con sus cantos melodiosos nos hechizaban…”.
Así transcurrieron días, semanas, meses y el ritmo incesante de las mañanas y de las noches no daban tiempo a Tula de pensar más en Nezahualpilli, en sus victorias y en los momentos pasados juntos. Lo único que deseaba durante esos días era la felicidad y la salud de Lunar.